Prometí hablar de política en este segundo post después de mi
forzada interrupción estival. Yo como las gran mass media de la comunicación, todo el verano de vacaciones.
Empiezo con una historia muy curiosa. Hice
el servicio militar en el Cuartel General de la Brigada de Artillería del
Estrecho de Gibraltar. Que rimbombante. Y llegue a ser cabo. No hice lo que en
aquella época se llamaban las milicias – curioso nombre en la Dictadura
ya que recuerda mucho a las milicias populares que combatieron junto a
los republicanos durante la Guerra Civil- por cuestiones organizativas de mi
vida. Tuve la suerte –al ser licenciado- de tener puestos relativamente
cómodos. Era fundamentalmente el que archivaba documentos de los mandos del
cuartel. Por supuesto no confidenciales. Gibraltar en aquella época estaba
cerrada como venganza al referéndum que organizó Inglaterra en el Peñón para
que se definiesen los gibraltareños sobre la resolución de la UNU por la que se
obligaba a descolonizar el peñón a sabiendas de que, por los beneficios que
tienen aquellos, votarían que no. Y no pasó nada y no se descolonizó y sigue el
Peñón en manos de la gran Albión.
Para qué sirve la ONU más que para llenarla
de ejecutivos bien pagados y mejor vestidos y comidos y corruptos. Enhorabuena
al futuro secretario general de la ONU, el portugués Antonio Gutierres. Algo
nos caerá a los españoles supongo.
Volviendo a mi relato original, en ese
tiempo que hice la mili se cocieron los acuerdos de la transición; entre ellos
el más importante, el de la reforma política. En aquella época la gran mayoría
de los soldados eran desertores del arado o de los frutales o en el mejor de
los casos pescadores de coquinas o doradas. Generalmente provenientes de
pueblos pequeños o cortijos de los Alba y compañía. Muchos analfabetos e
ignorantes.
Pues bien hete aquí, que a la solana de la
puerta del cuartel me dedicaba a contar a los colegas las ventajas que esta ley
suponía, una democracia en la que todos participásemos de la misma manera,
seamos ricos o pobres, hombres o mujeres, listos o menos listos. Era algo que
mi espíritu didáctico –además de mi obligación como ciudadano- me exigía. Algo
peligroso esto. Ya me lo decían algunos compañeros que no iba a ser fácil que
el poder militar perdiese mucha de su influencia acumulada en la dictadura en
casi 40 años de gobierno de Franco.
Y así fue. Un brigada chusquero se
enteró de mi proselitismo frente a la mencionada ley de reforma, culpándome de
alta traición, incitación a la rebelión y no sé qué más delitos de lesa
humanidad. Pues bien, ni corto ni perezoso, me conduzco a los calabozos y allí
me tuvo hasta que un capitán, eso sí, de la academia, le debió decir al brigada
que ya no son los tiempos de plomo del franquismo y que incluso se debería
legalizar el PC y el divorcio.
El Pais -periódico que yo leía y que era un
conjunto de frescura y libertad, no lo que es ahora, lleno de intereses
económicos y políticos y lleno de ejecutivos con sueldos millonarios- lo expuso
en su primer editorial. La gente se puede equivocar a la hora de escoger su
pareja y tiene todo el derecho a corregir sin tener que mentir a la Rota para
que les den la nulidad matrimonial. Yo también lo creía y lo creo y si no ver una
de las fotos de mi boda.
Porqué me he acordado de esta anécdota del
calabozo. Tengo una memoria horrorosa y hay ciertas cosas que la mente olvida.
40 años después y en la mudanza a mi nueva casa me encontré una caja metálica
con las cartas que nos escribíamos mi
señora esposa y yo. Las estoy releyendo y son encantadoras. Como me fluyen
ciertos recuerdos de una época como aquella, tal convulsa y excitante. En la
carta que me escribió en septiembre de 1976 me preguntaba Sisi por los días que
había pasado en el calabozo; e hice un reflexión en voz baja –soy así de
prudente y tímido- sobre las medallas que me tengo que poner al haber estado
encarcelado por la democracia. Como muchos se jactan en estos últimos años. Y yo
sin saberlo
Uff, que cansado es hablar de política. Voy
a relajarme con la lectura del último libro de John Le Carré. Ya os contaré.
El termino chusquero viene
de chusco, pedazo de pan consumido en el ejercito que supuestamente habían
tenido que comer y en cantidad los oficiales para conseguir el graduación
correspondiente porque no habían pasado por la academia.
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