lunes, 20 de mayo de 2013

A mi mujer también le gustan los coches o como aprender a conducir con un tractor



No es común compartir con tu mujer la afición a los coches. Coincidimos además en otras mil cosas, tengo esa suerte (gracias a eso nuestro matrimonio lleva 33 años funcionando.
Hace unos años se compró una ranchera japonesa mucho más grande que sus necesidades personales. La razón que arguyó era que vendría bien para llevar y traer a nuestros nietos, con los carritos y capazos incluidos. Siete años después no solo no tenemos nietos sino que nuestras hijas solo se dedican a trabajar y parece que no tienen ni pareja.
Yo tengo una berlina alemana - de Múnich para ser exactos. Con muchos caballos y alta tecnología. No sé cuantos kilómetros por hora alcanza, porque normalmente, nunca paso de 125. Y es una pena porque hay autopistas y autovías en España que permitirían ir a altas velocidades. Y es que además del respeto al medio ambiente al emitir menos contaminantes, soy muy respetuoso con mi cartera (por las multas).
Me aburro soberanamente cuando voy por esas autopistas castellanas (buenas –las últimas- bonitas –en la castilla de Ortega- y baratas –muy llana la orografía) pongo en automático el controlador y ¡que trabaje Ruton¡. A veces me dan ganas de bajarme del coche en marcha y seguramente me daría tiempo para llegar antes que él a un bar de carretera, tomarme una cervecita –perdón una coca cola zero- y esperarle.
Volvamos a mi afición a los coches.
Soy hijo de la postguerra (No había ni llegado el gobierno tecnocrático del Opus Dei) y como casi todas las familias castellanas, numerosas no, numerosísimas. En total 8 hermanos.
En Dueñas, mi padre tenía un negocio que dependía de almacenes de repuestos; no existían medios de comunicación a pesar de la corta distancia que había entre Palencia y Valladolid. Por lo tanto necesitaba un vehiculo para moverse. Mi infancia y juventud son recuerdos de un patio de mi casa de Dueñas y mi padre conduciendo muchos coches. Aunque anteriormente tuvo alguno más que no conocí recuerdo un Morris Van de 5 CV un Seat 1400 B mercurio (se llamaba así al parecer porque fue el primer coche de serie en el que el cuenta kilómetros era una barra de mercurio como los termómetros). Después vinieron los Seat 850 (recuerdo que le compró pequeño para que sus niña mayor pudiera conducirlo, creando un conflicto familiar de mucho calado) otro Seat 1430 y posteriormente y Renault 12. Y sin olvidar la joya de la corona, un tractor John Deere –con reductora y marcha atrás- que utilizaban en mi casa para las labores agrícolas que teníamos. 
¡Cómono me van a gustar los coches!
Ya en los estertores de la dictadura de franco, yo estudiaba en Madrid; concretamente cuarto de carrera y estaba envuelto-en aquella época- en un marasmo de coches que subían y bajaban desde la ciudad universitaria a Cuatro Caminos y Moncloa. Yo en el autobús, el G y el H creo. No lo podía aguantar. Sin embargo con mi economía no me podía permitir tener coche, estaba estudiando fuera de casa y con beca y con otros 7 hermanos.
Sin embargo, un golpe de suerte hizo que con un pequeño apoyo familiar me comprase un Citroën 2CV de “muchas” manos por supuesto. ¡Qué lujo!. Corría más que el tractor. Quien se acuerde de él comprobará la alta tecnología que tenía  ese coche. Freno, embrague, tres marchas, 4 ruedas, las ventanas se plegaban y tenía 9 CV. Los que somos de castilla no echamos en falta navegar, pero a quien le gustasen los barcos lo podía suplir también con el coche. ¡Qué suspensión¡. Solo tenía un defecto cuando el viento arreciaba –que no es difícil en estas tierras castellanas temidas también por los ciclistas- pasar de los 60-70 km/hora era un triunfo. Eso sí, era más rápido que el John Deere.
A pesar de los pesares, y como es natural, disfrutaba de lo lindo con “mi” coche. Dije antes que solo tenía un defecto. Me equivoque; dos. Tenía la maldita costumbre de utilizar gasolina. 50, 70, 100 pesetas de gasolina por favor. Y así fui el más feliz de mi pueblo; o de los más felices.